viernes, 25 de abril de 2014

Un tren de cuerda, con vaivén desgarrado por Luis Valenzuela

Couve por Pancho Alvarez



Cuando en la Estación Central el tren comienza su trabajoso y cadencioso destino hacia el sur, se siente el ir y venir que hace a nuestro cuerpo sentir que un cosquilleo lo recorre y que tienta a quedarse en Santiago u optar por seguir el viaje, que de no mediar percance logrará su fin con un meloso ritmo. Sin embargo, El tren de cuerda se detiene en cualquier momento, agregando al suave y meloso vaivén inicial, una anunciada y melancólica detención del viaje, en este caso el camino a recorrer, que sólo se romperá si alguien está dispuesto a dar la cuerda necesaria para proseguir con el rumbo, haciendo que este tren no tenga vida propia.

Adolfo Couve, pintor y escritor inclinado a la literatura de novelas de corta extensión -pues no le interesaban las novelas largas compuestas por personajes que no conocía-, es aún artista lejano de ser de los grandes superventas, situación por la cual no estaría frustrado, debido a que él mismo eligió esa marginalidad solitaria en Cartagena. Sin embargo, ya es hora que su reconocimiento, aunque sea póstumo, se empiece a concretar. A meses de haberse conmemorado tres años de su fallecimiento, la ocasión da pie para hacer un paralelo entre lo que es su obra y vida, con este Tren de cuerda, lleno de contrastes, que nos hace ir de un lado a otro, oscilando y dudando en los pasos a seguir, conscientes de que se detendrá en cualquier momento.

Ferviente realista, sin los apellidos que tratan de embelesar o explicar al realismo, -pues para Couve, el que busca adornos al realismo, significa que no se la puede con éste, en clara alusión a Gabriel García Márquez, con su realismo mágico- desarrolló una escritura ajena a modas y tendencias afincada en la tradición realista del siglo XIX y especialmente en Gustave Flaubert (2).

Según él mismo confesaba en algunas entrevistas que dio meses antes de su suicidio (3), su opción fue la de escribir relatos cortos -por ejemplo, El cumpleaños del señor Balande, no supera las cuarenta páginas (4)-, como manera de incentivo a la lectura. Se sentía cercano a la poesía, admiraba a Lihn, Anguita y Parra. Sumando esta mezcla entre poesía, novela y su segunda pasión, la pintura (alejada del realismo) el resultado es una serie de frenos, idas, vaivenes, con los cuales Couve gustaba cargar.

Con posterioridad, aparece un quiebre en su estilo: el paso de la novela realista a una arquetípica, con novelas como La comedia del arte, y El tren de cuerda. En esta última, a mi juicio, se encuentra no la más importante obra de Couve, sino más bien la obra que puede llegar a ser el reflejo de él y de su desenlace... algunos rasgos, signos de esa continua convocatoria a los cambios bruscos de polo a polo: ese vaivén del desgarro por el que finalmente optó Couve.



El tren de cuerda es la remembranza que trae al presente nuestra infancia, tal vez la misma de Anselmo, el niño protagonista de esta novela, que verá en su andar, una serie de desilusiones y quiebres emocionales. El cerco de este niño lo compone su madre, Matilde Méric, la que desesperada por falta de dinero para poder educarlo, opta por entregar al pequeño al almirante Azuelos y a su esposa Rosario, quien deseaba tener un niño para no sentirse sola y abandonada, pues intuía que su esposo ya no la tomaba en cuenta. En el otoño de 1940, un año después de la llegada a la casa de los Azuelos, Matilde Méric regresa en busca de su único hijo, pues se casaría con Julián Madrazo y entonces podría llevarlo a la Quinta de Madrazo, donde la vida del niño mejoraría en algo.

En esta novela, el narrador, a quien se le ha confiado la exposición de la anécdota, se focaliza desde los distintos personajes: infantes, viejos, fracasados, empleados y mujeres quisquillosas o tormentosas, sin dejarse llevar por juicios ni observaciones que puedan construir algún cauce formal al lector.

Toda la estructura de la novela está dada de forma dual, o si se entiende mejor, fragmentada. En lo que respecta a Anselmo, encontramos a un niño que se trasladará entre la felicidad de desear un futuro sin zozobras y la pena de caer en el olvido y pasar a ser sólo un objeto desechable, en desuso. Este dispar tránsito, este constante oponer, crea un contraste que hace detener al lector en su afán por obtener un historia plana, produciendo así el mismo efecto de vaivén o meneo que provoca la detención del tren, aunque sea una detención pausada, como lo es la de un tren de cuerda. En cada momento el lector debe detenerse: se acaba la cuerda y debe esperar que la narración comience el trayecto nuevamente. Por ejemplo, Anselmo divide su infancia entre Azuelos y Madrazo, sin contar la infancia inicial que el narrador omite; luego se presentan dos especies de padrastros, evitando ni siquiera dar señas del padre biológico. Otra posible fragmentación distinguible puede ser su madre, que se presenta como la mujer desesperada que entrega a su hijo y luego la fémina que establece su vida con un buen partido de marido. Así, estos quiebres van perfilando una especie de vagones.


Anselmo Méric es el nexo entre las dos divisiones del tren, es el capitán de éste, y por eso también allí está la idea del tren de cuerda, que se acerca a nuestra infancia, en esa imagen del niño observando cómo el tren avanza, sabiendo que éste, en cualquier momento se parará, consciente que en su vida, las detenciones serán constantes, debiendo asumir que un nuevo impulso al tren se acerca, no obstante desconociendo de dónde aparecerá ese nuevo aventón. Queda en evidencia en el relato esta conflictiva y abandonada infancia, triste y desgarrada, pero sin recurrir, por parte del narrador, a monólogos interiores que la dejen transparentarse, sino al contorno espacial, temporal y de personajes que hacen su trabajo de descripción por sí mismos. En su vida, Couve también tuvo esa dicotomía, de ser el gran artista y por ende creador, y la situación que lo quiebra definitivamente llevándolo al suicidio, dejando en el aire esa creación.

Si bien, los entes que componen esta estructura narrativa no son el extremo del fracaso, sí lo bordean. Ellos son los personajes tipos favoritos de Couve, los que no son exitosos, pues a él le gustaban aquellos que carecían del éxito, mas no del dolor humano. Anselmo Méric, líder de este tren presenta constantes frenos en su vida, sin embargo los asume, tiene el rasgo del personaje perdedor de Couve que siempre está en adversidad o monotonía, sea un infante o un senil. En el caso del primero, el infante es aquel que está propenso a ser golpeado o vapuleado por el mecer brusco y meloso, tal como el de un viaje en tren, pero cuando la cuerda se acaba, queda entregado a un arrojo sin rumbo, sin caminar ni andar, que sólo varía si se logra dar cuerda nuevamente al tren. Couve se sentía cerca del personaje niño más que del viejo. Quizá también se sentía más cerca de ese arrojo a la vida, de esa constante del personaje flagelado, de ese vaivén que en ocasiones da la cara al frente pero que en otras, hace optar por detener definitivamente el rumbo. Y así lo hizo.


Hace tres años ya, que Adolfo Couve detuvo voluntariamente su andar, su pintar la realidad literaria y pictóricamente. Sin embargo es esa misma obra la que hoy se encarga por sí sola de echarlo andar nuevamente e invitarnos a viajar en este tren llamado Couve, lleno de vaivenes, oscilaciones, detenciones bruscas y cadenciosas.

(1) Fuentes:
1- La Belleza de Pensar. Entrevista de Cristián Warken a Adolfo Couve.
2- WWW2.netexplora.cl/aherrera/adolfo;
3- El Tren A Cuerda. Pehuén editores, 1991;
4- La Comedia del Arte. Editorial Planeta, 1996. Presentación "Sobre la cuerda floja", de Claudia Donoso.
(2) La Comedia del Arte. Editorial Planeta, 1996. Presentación "Sobre la cuerda floja", de Claudia Donoso.
(3) La Belleza de Pensar. Entrevista de Cristián Warken a Adolfo Couve
(4) Otros textos de esta etapa son: El picadero, El parque, La lección de pintura, El pasaje, La copia de yeso

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