domingo, 1 de diciembre de 2013

En los desórdenes de junio (fragmento 9)



EL PIRATA MARQUES PINTO

  Cruzado de piernas, bajo la leve brisa del mar, acodado en un barril de manzanas, tiene perdida la mirada don Pánfilo Marques Pinto, pirata portugués.
  "Antes -piensa - ponía yo la vista junto al mar y sobre cubierta, pero después de la ‘quebrazón’, sólo atino a desviarla buscando horizontes nuevos."
  La Fuga se ladeó en medio de una gran crujidera de mástiles, haciendo las jarcias concierto de cámara sobre la plancha del océano.
  Tenía Pánfilo tal cantidad de nombres, lugares y cicatrices que era bien probable que olvidara madre y padre. Sabía que su elegancia era en cierto modo impuesta, ya que ese cuello isabelino que le colmaba los hombros no fue escogido por él en una feria de Londres, sino que trajinado en un baúl durante un asalto. Todo, las finas botas de
gamuza, la hebilla de oro, hasta un par de gafas, fueron de un grumete que perdió la vida. Hecho todo entero de ajeno, en busca de lo ajeno se fue desocupando el espíritu de don Pánfilo, transformándose en un muñecón vacío. "Incluso el alma - replico un día, escupiendo un bollo de tabaco contra el mástil-, me gustaría tenerla de otro."
  La Fuga detuvo bruscamente la marcha. Los vientos esquivos no acudieron y pudo el mar mostrar una pasividad extrema, permitiendo descansar a esos hombres de sus acostumbrados malos tratos. El capitán Marques ladeó la cabeza y se durmió. Un sopor espeso cargó sobre el bergantín y las velas flojas colgaban como ropa tendida. Los piratas se dieron todos a la siesta. Pero los ojos azules de Pánfilo abriéronse de golpe. Ocurríale con frecuencia que el silencio lo despabilaba. Momentos extremos que ofrenda la vida, de tanta calma y de tanto recuento. No es de suponer que voces y asaltos, tizona en mano, bajo antorchas,
le vinieran a la mente. Ni su irrespetuosa entrada en los templos a caballo, ni el filo de las hojas de acero, ni la sangre entre las piedras de calabozos y lucarnas. Esta vez fue el drama de saberse cansado y Ilevado en este barco dormido. Tanto bucanero a sueldo, tanta vida a su
servicio. De un brinco estuvo en la campana, dando golpes feroces. Todo el mundo se levantó con miedo.                "¿Por que duermen, perros?" El timonel, restregándose los ojos, habló del poco viento. Marques Pinto le pateó el vientre vociferando que esta no era ocasión de sueño. Entonces hizo descender un par de chalupas y tuvo a veinte hombres remando alrededor del velero. Ordenó preparar los treinta cañones y dispararlos sin tregua, obligando a la tripulación a hacer blanco en la nada.
  Pánfilo, en el camarín, vistió traje de gala, luciendo prendas de seis gobernadores de España.
 "¿Quién es capaz de mover a La Fuga?", gritó descorazonado. Todos sus hombres bajaron la cabeza, hasta que  "El Monje", una especie de acomoda-conciencias que tenía la tripulación, fue con una botella
de ron y se la puso en los labios. Pánfilo la empinó de un sorbo,cayendo de bruces al suelo. Los vómitos ensortijaron su barba rala y la vida sólo se daba por una abertura. Giraron los mástiles, haciendo la nave viaje circular y los ruidos de la brisa le calaban las orejas. AIguien lo tomó de las axilas y le condujo al comedor, pero el capitán
dejó caer la cara en el plato. Entonces la marinería se dio a la borrachera. Pánfilo, gateando, quiso ponerse en pie, pero sólo arrastraba su pestífera cabeza.                     "¡Desnúdenme, no tolero estas ropas!" 

  "El Monje" desabotonó su justillo y el capitán semidesnudo se  aferró al mástil.
  Cuatro corbetas inglesas dibujaba el horizonte.
 "¡Barco a la vista!"
  Pero sin viento no llegarían, así es que la fiesta y las fechorías, puñadas y bofetones no fueron interrumpidos.
De súbito el austro de esos mares nuevos dio de lleno en los paños y el bergantín quieto se ladeó torpe y emprendió viaje. 

"iVistanme de rey!" gritó Marques y "El Monje" trajo una caja forrada en badana que pardaba un traje ceremonial de un rey de Escocia. Impecable y vomitando, el portugués cargó sus pistolónes de nácar: "¡Disparen, burros, tenemos al frente una escuadra!."
  Era tarde, hacía mucho que todo estaba dispuesto por la Armada. Los bucaneros, sabiéndose perdidos, pero sobre todo al sentir que su capitán estaba ebrio, enarbolaron camisas blancas a los remos, huyendo en las chalupas. "EI Monje" quiso permanecer a bordo, pero tuvo presente los desaires que recibiera de Marques Pinto y acompañó a los
desertores.
  Entonces vino el sueño. Las velas desplegadas en ordenación exacta. El capitán de bruces con casaca de reyes y el barco solo al encuentro de una Armada.
  Pero todo siguió otro curso y los ingleses al ver dos chalupas repletas de bucaneros comenzaron con ellos el combate. Cuando llegó la noche, la escuadra estaba lejos y sobre el mar desatado flotaba a duras penas una nata de cadáveres y palos.
  Al amanecer, Pánfilo Marques Pinto estaba repuesto. La mañana esplendorosa dibujaba la costa como una tajada de pan. Solo recordaba a medias el asunto del día anterior. Una carcajada sonora se llevaron las gaviotas en sus alas. El mástil crujió vigoroso y Pánfilo clavo el timón para estar libre sobre cubierta. Tuvo la maldadosa idea de enfilar a una roca y hacer pedazos su vida. Con el catalejo ubicó el peor de los acantilados y en aquella dirección dejó dispuestas las cosas. El viento aseguraba la maniobra y Pánfilo se abrazó a las jarcias de proa. Calculó que en una hora sería astillas. Aquellos desafíos eran sólo juegos. No podía dejar la vida quien la tenía prestada.
Cuatro meses más tarde lo vieron en Santo Domingo, en la taberna del " Oso que Cumple", contratando gente. Vestía de capitán de alabarderos y llevaba sobre el pecho la impecable Cruz de Santiago.

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