miércoles, 13 de mayo de 2015

"La lección de pintura: consideraciones en torno a una crisis" por Adolfo Couve


  A LA NOVELA LA CONFORMAN, como a toda obra, dos elementos esenciales. A saber, forma y contenido.

  Debo referirme a la primera, es decir, al tratamiento del lenguaje. Éste ha sido llevado, en atención al tema, a una identificación con la imagen, a fin de lograr una mayor eficacia, evitando al relato extenderse en una narración dilatoria, convencional e inexacta en cuanto a lo que expresa y muestra. Así, existe una estrecha relación entre lo que la novela plantea y el modo como ella se resuelve. Esta visualización nítida de la trama pretende lograrse escogiendo un lenguaje apropiado, evitando las aproximaciones, irrealidades, o un exceso de proyecciones personales. De ahí que el autor haya tenido que retirarse a la tercera persona del singular para no desdibujar los hechos e involucrarse con su participación en ellos. No se trata en ningún caso de literatura pura, de una simple descripción o enumeración fría, ya que el tema, en este caso, no es mero pretexto. De ello que dicha forma tenga una oculta relación con lo que, la novela plantea, y sobre todo, intenta advertir.

  Nunca el arte de la literatura, como el de la música, han afronta-do la difícil crisis por la que pasa la pintura, razón por la que creo que este escrito, si bien no da s9luciones concretas, intenta al menos advertir de los peligros, y dar, en su forma tanto como en su contenido, un modelo a los pintores, una posibilidad, al obligar al lenguaje, a la acción, e incluso a la atmósfera, a relacionarse de manera eficaz con la parte visual, sin apartarse por ello del mensaje de la trama, y por sobre todo, jamás de la naturaleza.

   Error éste que, a mi juicio, ha acarreado a las artes plásticas a tan-tas crisis consecutivas, deshumanización, búsquedas estériles, desaciertos, y lo que es peor, a una desconexión con el hombre y sus valores.

  Se podría asegurar entonces que el libro es una especie de cuadro o friso, algo estático en su acontecer, garantizando de este modo en su estructura misma lo que quiere plantear y exigir del tema que trata. La forma escogida, su rigor, apuntan, aunque indirectamente, al tema aludido, como si el autor, no habiendo podido solucionar tan complejo problema de las artes plásticas, hubiera optado por buscar las soluciones a través de la literatura, convirtiendo a ésta, en todo caso, en una remota alternativa para quien sepa traspasar esa experiencia al campo de la pintura. Muchas veces, artes de diferente índole, rescatan y resguardan a otras que, por circunstancias muy complejas, desvirtúan sus verdaderas esencias. No son tan diferentes las expresiones entre sí, pero suele suceder que las presiones del medio exigen a algunas de éstas comportamientos que sin que sus autores lo noten, terminan por desfigurarlas.

  Dejemos de lado el aspecto formal y propiamente literario para afrontar el argumento del libro. He querido tomar a un pintor desde su nacimiento, para abandonarlo en los momentos en que comienza a enfrentar el mundo artístico, que de seguro le será hostil, intentando desviarlo de lo que ha sido su contacto con la naturaleza, su experiencia con los maestros antiguos, la difícil transacción entre los momentos de investigación, la inspiración y el trabajo cotidiano. Augusto es un niño que presenta, por su nacimiento exento de prejuicios, un artista puro de talento indiscutible al que nada apartará de su misión. Su tutor, el señor Aguiar, ejemplifica todo el engorroso y debatido asunto del movimiento post-realista, el impresionismo, la decadencia de las artes plásticas, la aceptación de aquellos modelos fáciles que el público exaltará más que los resultados de los maestros de los siglos anteriores, en su afán de proveerse de un arte fácil, sin personalidad definida, que arrollará finalmente d descubrimiento de la fotografía y el cine. Cézanne hará el trabajo de purificar aquellos desbordes volviendo la pintura a la bidimensionalidad, pero su intento lo desvirtuarán los expresionistas y todos los ismos que se suceden posteriormente. Aguiar respalda la disgregación, la luz fácil, el movimiento fugaz, el juego impersonal que lleva al arte de la pintura a desvincularlo de una pro-funda intención, de un oficio serio, de una necesidad real. Se nos presenta como un diletante que toma al niño a su cuidado esperando para él una figuración social debida al éxito. Tiene el concepto vulgar, acerca del talento creador, de aquellas personas que no se hacen responsables de las irrealidades a que precipitan a sus ídolos una vez que su avidez mundana los obliga a buscar nuevos derroteros. Aguiar representa aquella postura frívola, efímera vanguardia, que no se interesa en las obras de los grandes maestros, por plantearles éstas complejidades ingratas que ellos adivinan los compromete en aspectos no sólo artísticos, sino religiosos, morales y de toda índole. Aguiar es la ruptura con el realismo, el neoclasicismo, e incluso el romanticismo. Si bien estas escuelas son divergentes, siempre buscaron para la pintura una primacía de la naturaleza, aunque fuera a través de un rigor formal exagera-do, texturas y cotidianeidad, o, en el caso de los últimos, por medio de temas literarios, leyendas, con aportes de la teoría del color y los gran-des aconteceres del hombre.

  Aguiar adhiere a una naturaleza descompuesta, ficticia, como es el caso del grupo impresionista, puesto que éstos nos engañan con una libertad de oficio que en el fondo esconde las estructuras sólidas de los maestros oficiales de los talleres en los cuales se formaron y que ellos desconocieran, aprovechando sin embargo sus enseñanzas.

  Pero Aguiar es también un protagonista de la naturaleza (de allí el asunto de la provincia) y Augusto terminará por abandonarse a ella en su aprendizaje. Los limitados conocimientos del farmacéutico obligan a éste a llevarlo a Santiago y luego tomarle clases en una escuela. En aquel viaje Augusto descubre el arte neoclásico, aquella heroica tentativa que duró sólo quince años. Allí, frente a una discutible tela de Monvoisin, el pupilo y su preceptor exponen cada uno de sus pun-tos de vista.  Augusto tiene una gran responsabilidad. Aguiar la actitud opuesta.

  Es significativo lo sucedido en el museo. El joven ha encontrado un modelo, no para imitarlo sino para servirse de él.

   Aquí termina la primera parte de la historia.

   La trama se hace compleja cuando entra Augusto en casa de los De Morais. No encontrará allí el entusiasmo irresponsable de Aguiar sino el escepticismo, la decrepitud, la ceguera, incluso, de una anciana que antiguamente buscara, como el niño, la belleza visual. La intensidad aquí es mayor.  El joven se familiariza con la muerte.

   Aun cuando los dos hermanos muestran muchos aspectos lastimeros y reprochables, plantean a Augusto una gran sinceridad, atmósfera apropiada para la profundidad que el joven requiere.

  Sin embargo, esta sensación de trascendencia debe conjugarla con el desastro.so taller en donde tanto la maestra como los demás alumnos viven en la más completa desorientación.

   Plantea aquí el libro la gravedad de personas poco idóneas que forman a gente sin poseer ni conocimientos ni siquiera presentar el más elemental intento de solución a un problema tan urgente.

  Augusto deja la escuela y el libro hace concesión al aspecto humano que, desde luego, es de mayor importancia que ningún arte, por grande y resuelto que éste sea. En el momento de iniciar su vida artística, segundos antes de la partida del tren, descubre en la profesora a la mujer extraordinaria que hay en ella. En el señor De Morais, aquel ejemplo de abnegación. La soledad coge entonces al joven, cuya experiencia del mundo ha sido, si bien real, bastante poco alentadora.

  La crítica a los diversos pasos por los que transita un joven de talento está debidamente expuesta. Si el lector se compenetra advertirá que en este pequeño enxiemplo hay advertencias, experiencia personal y un genuino afán de abrir posibilidades. Si bien el autor no las aborda en el terreno mismo de la plástica, implanta con su manera literaria un desafío al escritor convencional que muchas veces narra sin experiencia de lo que describe. Las imágenes del libro, firmemente sometidas al lenguaje, intentan transmitir un entusiasmo formal, una vinculación con la naturaleza y con los problemas del hombre que el artista plástico deberá recuperar. No basta con exhibir mundos imaginarios ni hacer alarde de los elementos que configuran el oficio; el arte como objeto. Hay que ir con la naturaleza y trascenderla para que jamás arte mecánico alguno pueda arrebatar el interés que suscita la verdadera y lícita abstracción de lo real.

   Podría extenderme y profundizar en este pequeño análisis, pero he preferido darle a estas líneas el sentido de una mera acotación al margen para no debilitar a La lección de pintura, que como toda obra tiene la fuerza de ser en sí misma y la debilidad de estar destinada a defenderse sola. Sinceramente creí de importancia presentarla como mi trabajo de licenciatura. Quise arriesgarme a introducir entre los demás trabajos de esta índole, esta pequeña obra, a fin de mantener vivo el entusiasmo de uno que otro alumno, en el sentido en que en un departamento de teoría se está haciendo todo lo posible para - - orientarlos en una vanguardia sólida, y no como se cree muchas veces, en lecciones informativas y anacrónicas.


(Memoria para optar al grado de Licenciado en Teoría de la Historia del arte (Introducción), Universidad de Chile, 1979. Este texto alude a la novela La Lección de Pintura, publicada por Couve ese mismo año en editorial Pomaire.)

Adolfo Couve, Escritos sobre arte, Ed Universidad Diego Portales, Santiago, 2005.

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