martes, 17 de junio de 2014

Prólogo a "Cuarteto de la Infancia"







La escuela realista a la que adhiero, más que una porfía o lo que podría pensarse como un anacronismo, es en mí un sentir profundo. Tal vez por mis ancestro franceses, siempre he mirado el arte de la prosa como un desafío de exactitud, donde el contenido y el lenguaje deben restringirse en beneficio de un todo armónico, que intente la controvertida belleza.

De ahí que mis modelos hayan sido los escritores galos, sobre todo los del período que va entre los dos Napoleones. Admiro en aquellos las búsqueda de lo universal, la economía de medios, el culto por la provincia y lo que encierra esta verdadera escuela; y ese humor difícil de definir, entrañable, que se mofa de situaciones y personajes cotidianos encerrando al mismo tiempo un profundo amor por ellos. Me refiero a Balzac, Stendhal, Flaubert, Maupassant, Merimée, Michelet, Rénan y tantos otros.

Con el naturalismo de Zolá esta prosa entro en concesiones, se desequilibró y el todo sufrió mermas hasta hoy irrecuperables. Han sido los poetas norteamericanos como Pound, Eliot y los novelistas como James, Truman Capote y Scott Fitzgerald quienes han perseverado en este empeño.

El período aludido contó también con grandes pintores; la desconfianza de la Revolución y la pervivencia del Imperio requirieron de testimonios convincentes como el de David e Ingres, o sea una escuela, la neoclásica, quizá un tanto escenográfica pero cargada de poesía, ingenuidad y afán de organizar un mundo autónomo, un arte por el arte, no contaminado ni expuesto a situaciones que, por muy justas y justificables, debilitaran tan dramática ensoñación: la de permanecer en el tiempo.

Guardando las distancias, cuando comencé a escribir me tracé una meta, hacerlo como un hijo de la Revolución y del Imperio, no me importaron ni las vanguardias locales ni las modas; quería alcanzar una prosa depurada, convincente, clara, distante, impersonal, unos renglones donde tuviera que corregir y corregir, aprender a hacer bien la tarea, leerlos en voz alta, castigar el contenido y el lenguaje, intentar ese engranaje que da como resultado, más que un libro, un verdadero objeto.

En el año 1974 publiqué mi primera novela: El picadero, epopeya familiar tantas veces narrada por los míos que intenté llevar al cuaderno. Como soy reacio a las confesiones personales, exaltar asuntos de familia y caer en memorias, enfrenté este desafío como una composición: seis capítulos con el nombre de igual número de personajes, intercalando racontos al estilo colonial y ocultándome tras la voz de un narrador anónimo. Dio como resultado, para mi sorpresa, el problema de la búsqueda del padre, un hijo de familia, un retoño terminal que daba tumbos ante seis caras del amor. La crítica me favoreció: Alone, Ignacio Vlente, Martín Cerda y otros. Había sido capaz de acercarme a un clásico, al borde de un tema universal, escrito con distancia, con “la tercera mano” como en esa época afirmaba.

Lo difícil era continuar, lograr la segunda nouvelle, sobre todo después de la primera, atrayente por el tema y los escenarios.

Los narradores saben del reto que significa intentarlo por segunda vez.

El año 1976 publiqué El tren de cuerda en una edición restringida; el libro no conoció librerías. Esta vez trabajé el claroscuro, la luz, el sol, fui a la provincia y opuse a sus panoramas y descripciones de la naturaleza una oscura casa, un interior un tanto sombrío y lúgubre. El segundo niño, la segunda infancia, transitaba de la profunda y transparente sombra a la luz radiante. Tuve que echar mano de la descripción-pilar de los realistas- y trasvasar más protagonismo, por ejemplo, alas zarzamoras a horcajadas sobre las lindes que a la interiorización de los personajes. Lo logré. El aprendiz de realista dejaba de serlo. Se me tildaba de inclasificable, anacrónico y todos los epítetos para desacreditar a alguien que estaba fuera de contexto y de la moda.

En el año 1979 publiqué la tercera novela corta: La lección de pintura. Tenía más conciencia y manejo de lo que pretendía; obtuve del neoclasicismo una novela de preciso diseño, un arabesco estricto, una forma cerrada, un formato asfixiante, como si una máquina neumática hubiese extraído el aire. El tema de la tercera infancia lo dediqué al arte, un niño pintor que muestra a sus mayores y al mundo sus innegables dotes. Tanto el asunto como el lenguaje se requerían mutuamente, la sincronización no tenía excusa de tropiezo.

El libro alcanzaría varias ediciones y el Ministerio de Educación lo propuso como lectura en los colegios. Sin embargo, mis intentos no rompían un círculo cerrado, eran soslayados, el formato pequeño y los convulsionados días que vivía el país no se prestaban al decantado trabajo que mostraban estos textos.

El mismo año de la publicación de La lección, escribí la cuarta y última novela que cierra el ciclo, “mi tetralogía” como suelo llamarla; esta vez llevé la infancia a la ciudad de Santiago, al cemento, vislumbrando la sordidez de la calle. Así nació El pasaje, probablemente una des obras más logradas; apuré en ella el rigor, la hice dentro de una exigencia peligrosa, un tanto exagerada; todo sucedía en un tiempo y espacio propios. El intento me hizo mal, me asusté, dejé de escribir unos años y no publiqué el texto.

En 1989, el entonces editor de Planeta leyó este manuscrito, se entusiasmó y lo publicó. El libro tuvo éxito de crítica y premios, pero el público no le prestó mayor atención.

Después de este cuarteto han venido otros libros, El cumpleaños del señor Balande, La copia de yeso, Balneario, La comedia del arte, etcétera.

Desde hace años vivo retirado en Cartagena, un viejo balneario del litoral central. Sin embargo, ha sido a raíz de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires que nuestros colegas argentinos se han interesado por dar a conocer estas cuatro novelas cortas.

Una vez conocidas estas obras, me gustaría retornaran a su utópico lugar de origen a través de la traducción al francés, enriquecidas por la profunda experiencia americana.



Adolfo Couve



Cartagena- Chile, mayo de 1996.


("Cuarteto de la infancia" Seix Barrall, Biblioteca Breve, Buenos Aires, Octubre 1996) 

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