jueves, 2 de marzo de 2017

“Tres novelas breves”, de Adolfo Couve por Enrique Schmukler.



Observador preciso de la realidad, poco se conocía en nuestro país del talento del pintor y escritor chileno Adolfo Couve. Su obra literaria comienza a circular ahora en Tres novelas breves, con prólogo de César Aira.

“La felicidad perfecta engendra aislamiento o campos de concentración”, dijo alguna vez Roberto Bolaño. No sabemos si Adolfo Couve buscaba la felicidad. Lo que está claro es que al final sí se aisló –hasta quitarse la vida en 1998– y que las tres novelas reunidas ahora por la editorial Blatt & Ríos dan cuenta de su obsesión por la perfección de la forma narrativa.

El libro, con prólogo de César Aira, contiene las nouvelles Alamiro (1965), La lección de pintura (1979) y La comedia del arte (1995). En las primeras líneas de su presentación, Aira sostiene que el de Couve es un realismo distanciado pero no irónico. Aira está pensando, sin duda, en Alamiro, el debut literario de Couve. ¿Qué decir de esta joya de la concisión? Por lo pronto, que cuesta encontrar textos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo pasado donde la economía de recursos agigante el efecto buscado en lugar de limitarlo. En este caso, el resultado es un autorretrato melancólico de la infancia en el cual forma, contenido, sujeto y paisaje quedan comprendidos en un objeto único bañado de silencios. Alamiro es una pequeña obra maestra que habla por los espacios en blanco y por los restos (las palabras) que dejan los silencios al retirarse de la hoja.

La lección de pintura, la segunda de las novelas cortas, tuvo una edición argentina en 1996 como parte del libro Cuarteto de la infancia (junto con las novelas El picadero, El tren de cuerda y El pasaje). Para esa ocasión, Couve escribió un prólogo en el cual declaraba adherir a la escuela realista –en particular, la francesa, de donde provenían sus ancestros– que entendía “el arte de la prosa como un desafío de exactitud donde el contenido y el lenguaje deben restringirse en beneficio de un todo armónico, que intente la controvertida belleza”. La lección de pintura calza como anillo al dedo en esa definición. Es un texto flaubertiano –o, mejor dicho, bovariano–, cuyos personajes arrastran similares miserias y risueñas ínfulas de distinción en las conversaciones que los de Madame Bovary.

Cuando Couve enfoca la infancia lo hace desde la perspectiva de adultos descritos sin ironía, es cierto, pero con rasgos muchas veces conmovedores y patéticos. En este caso, los adultos orbitan en torno a Augusto Medrano, un niño sin padre, hijo de la asistenta del señor Aguiar, el boticario de la ciudad de Llay-Llay. Directo homenaje al señor Homais, el boticario frustrado y charlatán de Yonville, el de La lección de pintura es quien adopta rápidamente a Augusto cuando descubre en él un talento extraordinario para pintar cuadros. Se ocupa en primer lugar de asegurarle una formación casera, y luego, al llegar a una edad apropiada, de enviarlo a perfeccionar su genio a la capital.

Tres novelas breves es, esperemos, la primera entrega de la obra de Couve en la Argentina. La esperanza de ver más libros suyos editados en el país descansa en que este de Blatt & Ríos abreva en la caudalosa Obra completa (2011) que en Chile publicó impecablemente la editorial Tajamar. En el prólogo, Pedro Gandolfo describe en una oración una de las líneas más potentes de la narrativa de Couve: “El drama que sobrevuela a los personajes de Couve es el del artista sin obra o, mejor dicho, el del artista que no puede dar obras en la medida de su corazón de artista, y, paralelo a este, el drama del artista que ha perdido la fe en su arte, dramas de los que solo el escritor puede dar cuenta a través de la narración”.

La consumación de ese drama se concreta, paradójicamente, por medio de una comedia: La comedia del arte (1995) es la tercera nouvelle de libro y la más larga de la selección. El término “comedia” se aplica a la pretensión de realismo que anima la visita de un pintor mediocre y sin talento –su nombre es Camondo, un anagrama no deliberado de Macondo– a un balneario de la costa del Pacífico. El pintor llega acompañado de Marieta, una vieja modelo venida a menos, que lo sigue infatigablemente en sus visitas a la playa, en donde el pintor insiste en encontrar la “traducción” perfecta del paisaje en el lienzo. En esa búsqueda de perfección al extremo de la neurosis se juega la validez de la estética realista que es el nudo de la alegoría de la nouvelle. Pero en ella es la literatura la que toma distancia crítica del realismo, no la pintura. Porque mientras el pintor se atormenta intentando dar con la reproducción perfecta del paisaje, el narrador ya está de vuelta, se ha resignado siquiera a su mera probabilidad. Y si, pese a todo, el relato logra emerger de su propia fatalidad, es porque La comedia del arte no es otra cosa que el comentario de una historia a través de sus negativos. El comienzo no puede ser más contundente: “Es la tercera vez que intento este relato, esta tragedia, esta parodia. Antes fracasé. La significativa alegoría del argumento desequilibraba el texto. Para lograrlo ahora me ha sido necesaria una artimaña, una argucia: echar mano de una extrema licencia, dejar de lado el modo habitual con que suelo abordar la confección literaria. Me explico: dar prioridad solo al argumento; es más, hablar del tema en lugar de narrarlo”.

La comedia del arte es una voz y dos textos. El primero de ellos –que, en rigor, son dos textos en uno– no tiene cuerpo, es nonato, y solo se vislumbra gracias a las transparencias del segundo, que es su memoria: “Aún tengo presente en la memoria cómo describí [en los dos primeros intentos] el cajón de la sumadora que, sonoro, le daba en las costillas a una de las viejas”, escribe Couve.

El relato realista es el vencido en el tercer intento que es, finalmente, su forma definitiva. En este sentido, Couve ofrece a través de este texto una reflexión certera sobre la irrupción de la voz en la novela que lo coloca, a través de una interpelación de la pintura, madre del realismo, en la dirección de otros franceses: los Blanchot, los des Fôrets, el Beckett de Compañía. Este linaje hace que hoy, a dieciocho años de su muerte, su obra alumbre con una luz de inactual extrañeza la literatura latinoamericana.

Los Inrockuptibles, 4 de agosto de 2016.

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