miércoles, 5 de agosto de 2015

Adolfo Couve por Ángel Flores



(Valparaíso, Chile, 1940)

No hubo manera de ubicar a Adolfo Couve. Ni tampoco se pudo hablar por teléfono con él: él nunca responde porque, según le declaró una vez al amigo Enrique Sanhueza, “el teléfono es para hacer llamadas, no para atenderlas”. A nuestro pesar, nos conformaremos con reunir aquí algunos datos sobre uno de los más altos valores de la narrativa chilena de hoy.

Adolfo Couve empezó a pintar a los trece años y pasó toda su juventud pintando al óleo. Estudió luego en la Escuela de Bellas Artes, donde fue aventajado discípulo de Pablo Burchard, y en los Estados Unidos en el Art Students League of New York y, en Francia, en la École de Beaux Arts, en París. Sus pinturas se han exhibido tanto en Chile como en el exterior y entre sus numerosos premios vale destacar el del Salón Oficial (1965) y el del Salón CAP (1967). Desde 1963 se ha desempeñado en la enseñanza de Pintura e Historia del Arte. Actualmente es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Chile.

Lo extraño es que un buen día Couve dejó la pintura por la literatura: “Lo hice cuando me di cuenta de que el lenguaje nos era ajeno a los hombres, que era una cosa prestada. Pasó mientras leía La tierra baldía de T.S.Eliot. Me sonaba a sagrada. Me di cuenta de que era maravilloso construir paisajes interiores…Vi que dibujaba mejor con la palabra que con el pincel. Me di cuenta de que el verbo, la palabra, era más para mí. Escribí varios libros. Tenía más facilidades innatas para la pintura, pero supe que debía seguir ese camino. Es muy peligroso hacer uso del talento natural. El hombre debe escoger lo que más duela…Tenía pedidos de cuadros, muchos premios, exposiciones en el exterior. Podría haber sido inmensamente rico, porque tenía talento para serlo. Pero sabía que no era lo mío. Me costó 15 años. Me rechazaron de todas las editoriales. Cada libro ha sido una guerra y un milagro. En esto voy a morir.”

De esa guerra han salido varios milagros: libritos breves, de magnifica concentración psicológica, redactados en una prosa lúcida, muy depurada y de tremenda expresividad: Alamiro (1965), En los desórdenes de junio (1968), El picadero (1974), El tren de cuerda y El parque (1976) y La leción de pintura (1979).



(Ángel Flores: NARRATIVA HISPANOAMERICANA 1816-1981, Historia y Antología, vol. 7, la generación del 39 en adelante: Bolivia, Chile, Perú, Ed S.XXI, 1981)

No hay comentarios:

Publicar un comentario